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Ƹ̵̡Ӝ̵̨̄Ʒ No sueñes tu vida... vive tu sueño Ƹ̵̡Ӝ̵̨̄Ʒ

viernes, 6 de abril de 2012

† Viernes santo †

El viernes santo es un día de intenso dolor, pero dolor dulcificado por la esperanza cristiana. El recuerdo de lo que Jesucristo padeció por nosotros no puede menos de suscitar sentimientos de dolor y compasión, así como de pesar por la parte que tenemos en los pecados del mundo.
La devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada en la piedad cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva, e incluso se encuentra en los escritos del Nuevo Testamento. La peregrina Egeria, describiendo las ceremonias del viernes santo en Jerusalén el año 400 de nuestra era, nos ha dejado un relato vivaz y conmovedor de la reacción de los fieles ante las lecturas de la pasión. "Es impresionante ver cómo la gente se conmueve con estas lecturas, y cómo hacen duelo. Difícilmente podréis creer que todos ellos, viejos y jóvenes, lloren durante esas tres horas, pensando en lo mucho que el Señor sufrió por nosotros".
La liturgia del viernes santo presenta una síntesis de los mejores contenidos de la devoción a la pasión de Cristo. Ahí está el espíritu de la Iglesia primitiva con su énfasis en la gloria de la cruz; ahí el realismo, ternura y compasión de la Edad Media. Los contenidos de todas las épocas, la piedad de la cristiandad oriental y la de la occidental se entrelazan de alguna manera para formar un todo armónico.
·        Celebración de la pasión del Señor. 
La celebración de la pasión del Señor tiene lugar a primeras horas de la tarde, alrededor de las tres, hora en que Jesús fue crucificado. La liturgia se divide en tres partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y comunión.
·        Liturgia de la palabra. 
La ceremonia comienza de una manera escueta. El celebrante y los ministros se aproximan al altar en silencio, hacen una reverencia o bien, siguiendo el uso antiguo, se postran. Todos rezan en silencio durante unos segundos. A continuación el celebrante lee la oración colecta, y después todos se sientan para escuchar las lecturas.
La primera lectura (Is 52,13-53,12) nos presenta al "siervo paciente", figura profética en la cual la tradición cristiana y el mismo Nuevo Testamento han reconocido a Cristo. Cristo en su pasión es, efectivamente, el "varón de dolores" que con tanta fuerza describe este poema. En él se contiene todo: sus humillaciones y sufrimientos, el rechazo por parte de su pueblo, su muerte redentora; incluso los detalles de las narraciones de la pasión, por ejemplo: "Fue traspasado por nuestros pecados".
Esta lectura da el tono a la celebración del viernes santo. Pero incluso en ella la oscuridad se rompe con la luz de la esperanza. Desde la primera línea el poema apunta a la victoria final: "Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho". Con la misma nota de exaltación concluye el poema. Porque el Siervo de Yavé, aceptando su papel de víctima expiatoria, trae la paz, la salud y la justificación de muchos: "A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos".
La segunda lectura (Heb 4,14-16; 5,7-9) nos presenta a Cristo en su función sacerdotal, reconciliando a los hombres con Dios por el sacrificio de su vida. El es a la vez sacerdote y víctima, oferente y ofrenda; es nuestro mediador con el Padre. En esta lectura contemplamos a Cristo en su existencia celestial y en su actividad presente. En el evangelio tenemos el relato de su pasión y muerte.
Cristo no es un personaje del pasado, impresionante y remoto. Ha experimentado la fragilidad humana en todo menos en el pecado. Por eso puede comprendernos en nuestro dolor y abatimiento, ya que también él sufrió en su sagrada humanidad.
·        El evangelio. 
"Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan". Con esta sencilla introducción, el lector comienza el evangelio del viernes santo (Jn 18,1-19,42). Parece que en la Iglesia romana se ha seguido siempre la tradición de leer la pasión según san Juan en este día. San Juan, el teólogo y místico, ve la pasión con mayor profundidad que los otros evangelistas, a la luz de la resurrección. Su fe pascual transfigura cada detalle y cada episodio de esta última fase de la vida terrena del Salvador.
Fijémonos, por ejemplo, en el tratamiento que da san Juan a la cruz. En sí misma es un sacrificio cruel y bárbaro; pero, desde que Cristo redimió a los hombres en el leño de la cruz, ésta es objeto de veneración. Es más que eso. Para san Juan, la cruz es una especie de trono. La cruz es descrita como una "exaltación", término que instantáneamente comunica la idea de ser elevado y glorificado. Es san Juan quien nos dice que Jesús llevó su propia cruz.
Sin quitar importancia a los sufrimientos del Señor, toda la narración está impregnada de una atmósfera de paz y serenidad. Cristo, y no sus enemigos, es quien domina la situación. No hay coacción: él libremente se encamina hacia su ejecución; con perfecta libertad y completo conocimiento del significado de lo que acontece, sale al encuentro de su destino. El motivo, la ulterior razón, es el amor. La cruz es la revelación suprema del amor de Dios.
En el cuadro que san Juan nos ofrece, Jesús aparece con una tripe función: como rey, como juez y como salvador. Las burlas de los soldados y la coronación de espinas sirven para poner de manifiesto su realeza. En el acto mismo de su condena, es Jesús, no Pilatos, quien aparece como juez; ante sus palabras y ante su cruz nos encontramos condenados o justificados. Finalmente, como salvador, Jesús reúne a su pueblo en unidad alrededor de su cruz. La Iglesia, representada en la túnica sin costura, queda formada. A María, su madre, le confiere una maternidad espiritual; queda constituida madre de todos los vivientes. Jesús desde la cruz entrega su espíritu, inaugurando así el período final de la salvación. De su costado brota sangre y agua, símbolos de salvación y del Espíritu que da vida. Cristo se muestra como el verdadero cordero pascual cuya sangre ya había salvado a los israelitas. Volverse a él con fe es salvarse.
·        Intercesiones generales. 
En las intercesiones generales tenemos reminiscencias de una antigua fórmula de oración de los fieles. Parece ser que, en épocas pasadas, tales oraciones solemnes de intercesión eran comunes en la liturgia romana. Esta fórmula extensa y elaborada se ha conservado solamente en la liturgia de este día del año. En las diez grandes oraciones de intercesión, la Iglesia echa una mirada al mundo entero y ora formalmente por todo el género humano.
Es una oración verdaderamente universal, que incluye todas las categorías de personas; y muy oportuna en este día en que los cristianos de todo el mundo se reúnen en torno a la cruz de Cristo asociándose a su oración sacerdotal. Su oración alcanza a todos porque todos están incluidos en su amor. "Por nosotros extendió sus brazos en la cruz" en un gesto que abrazaba a todo el mundo. La cruz en que Jesús murió es símbolo de universalidad en la tradición cristiana; sus extremos apuntan a los extremos del orbe.
Las antiguas oraciones del viernes santo han sido adaptadas a las circunstancias actuales y reflejan el espíritu ecuménico de nuestros días. Ya no se hace mención de "herejes" ni "cismáticos", sino que se adopta la expresión por "aquellos hermanos nuestros que creen en Cristo". Tampoco deja de manifestarse el ecumenismo más amplio, que busca estrechar lazos de amistad con los no cristianos. Por ejemplo, en la oración por los judíos hay respeto y amor, por cuanto ahora nos referimos al pueblo hebreo como "al primero a quien Dios habló", y pedimos que puedan crecer en el amor al nombre de Dios y en fidelidad a su alianza.
Además se han añadido dos nuevas oraciones, que ponen de relieve el espíritu actual: "por los que no creen en Cristo" y "por los que no creen en Dios". Es laudable recordar que los cristianos somos una minoría de la población mundial: en comparación con los millones de no-cristianos, la Iglesia de Cristo es en realidad un "pequeño rebaño". La mies es, por tanto, abundante; de modo que debemos pedir "por todos los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, encuentren también ellos el camino de la salvación".
La otra oración es por los que no creen en Dios. El ateísmo está muy difundido hoy día; la ciencia, la tecnología, la filosofía materialista y otros factores han producido un efecto demoledor en la fe religiosa. En buena parte del mundo se vive bajo regímenes militares antirreligiosos, siendo así muy difícil que en ellos pueda penetrar el evangelio. Pero tanto los cristianos como los ateos formamos parte de la familia humana. Pedimos para todos nuestros hermanos que están lejos del redil, que por la rectitud y sinceridad de su vida alcancen el premio de llegar a Dios.
La última oración es por aquellos que se encuentran en particulares necesidades: los enfermos, los agonizantes, los emigrantes y desterrados, los prisioneros, etc. Son verdaderamente universales estas oraciones. En este gran ejercicio de intercesión, en que todos los fieles están comprometidos activamente, la Iglesia se reconoce más en su papel de Ecclesia orans, "Iglesia orante".
·        Adoración de la cruz. 
El viernes santo no se ofrece el sacrificio eucarístico. La parte central de la misa, la plegaria eucarística, se omite. En su lugar tenemos la emotiva ceremonia de la adoración de la cruz. A ésta sigue la comunión.
La misma ausencia en este día de sacrificio eucarístico nos habla de la íntima relación entre el sacrificio del Calvario y la misa. Cristo murió de una vez para siempre por nuestros pecados. Su sacrificio es único y suficiente, pero el memorial de aquella muerte y sacrificio se celebra en todas las misas. En cada celebración eucarística "la obra de la redención se renueva". En este día la mirada de la Iglesia está fija en el Calvario mismo, en donde Cristo inmoló su vida en expiación por nuestros pecados.
El rito de la adoración tiene dos formas, de las que el celebrante puede elegir la que mejor le convenga. La primera consiste en un descubrimiento gradual de la cruz. El celebrante, de pie ante el altar, toma la cruz, descubre un poco de la parte superior y la eleva, diciendo o cantando: "Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo". El pueblo responde: "Venid a adorarlo". Todos se arrodillan y veneran la cruz en silencio. Seguidamente el celebrante descubre el brazo derecho de la cruz y hace de nuevo la invitación a adorarlo. Por fin descubre la cruz totalmente, haciendo una tercera invitación, a la que sigue la tercera veneración.
Aunque esta primera fórmula tiene una larga e interesante historia, la segunda parece más efectiva. En ella hay una solemne procesión con la cruz descubierta desde la puerta de la iglesia hasta el presbiterio. La cruz es llevada por el sacerdote o por el diácono, y los ministros acompañan con velas encendidas. En el camino hacia el altar se hacen tres estaciones, la primera cerca de la entrada, la segunda en el medio de la iglesia y la tercera junto al presbiterio. En cada una de ellas el sacerdote o diácono que lleva la cruz se detiene, la eleva y canta o dice: "Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo"; sigue la respuesta y adoración de la cruz como en la primera fórmula. Se coloca luego la cruz junto al presbiterio en posición adecuada para que todos los fieles puedan acercarse y adorarla mediante una genuflexión o un beso.
Lo ideal es que cada uno de los miembros de la asamblea tenga la oportunidad de hacer su homenaje personal al Salvador crucificado. Con el sencillo gesto de besar la cruz, la piedad popular se expresa espontáneamente y de modo conmovedor. Esto presta además a la sombría y majestuosa liturgia del viernes santo un detalle tierno y personal. También el gesto de besar la cruz tiene una larga historia; los cristianos de Jerusalén usaban el beso como acto de adoración a la cruz el viernes santo ya desde el siglo IV 3.
Mientras los fieles se acercan para adorar la cruz se cantan antífonas, himnos y otras composiciones adecuadas. Hay algunas muy antiguas que, incluso traducidas, impresionan por su belleza y profundidad.
La primera antífona nos sorprende por su aire gozoso: "Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero". La cruz nunca está ausente de la vida cristiana, pero tampoco la alegría. Incluso el viernes santo podemos meditar sobre el gozo de Cristo, el gozo del sacrificio total.
Luego vienen los famosos "improperios", llamados así porque en ellos Jesús reprocha a su pueblo su ingratitud. Él relata lo que ha hecho por su pueblo: lo sacó de Egipto, lo condujo a través del desierto, lo alimentó con el maná, hizo por él toda clase de portentos; en recompensa por todos esos favores, el pueblo lo trata con desprecio. La antítesis: "Yo te saqué de Egipto, tú preparaste una cruz para tu Salvador", es usada para dar efecto a toda la composición. Entre un improperio y otro tenemos el patético estribillo: "¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme", y el trisagio: "¡Santo es Dios, santo y fuerte! Santo inmortal, ten piedad de nosotros".
Cristo nos reprocha a todos, no sólo a los que lo crucificaron; pero lo hace de forma tan suave, que suscita nuestra compasión más que nuestro sentimiento de culpabilidad. Lo que se cuestiona es nuestra ingratitud y dureza de corazón. La única respuesta a esas preguntas y reproches es el beso silencioso a los pies del Señor crucificado.
Estos improperios combinan el sentimiento religioso con la percepción teológica. Porque el Cristo que llama a su pueblo es la Palabra preexistente. Como la palabra de Dios, él estaba presente y actuando a través de todas las etapas de la historia sagrada; guió a su pueblo elegido, dio forma al devenir de su historia. Jesús es la Palabra hecha carne; mientras el recuerdo de sus sufrimientos suscita nuestra compasión, no hemos de olvidar ni un momento que él es el Santo de los santos.
Mientras los fieles siguen caminando hacia la cruz, se entona el Pange lingua. Este himno 4 se ha comparado a una marcha victoriosa. Relata las gloriosas victorias de Cristo contra su adversario, Satanás. Luego, en una de sus estrofas, evoca la escena de la crucifixión en toda su crudeza; pero aun aquí no se pierde de vista el valor redentor de todos esos sufrimientos. Después, en un rasgo de gran ternura, el poeta se dirige a la misma cruz pidiéndole que temple su rigor. Tenemos aquí una espléndida combinación de las devociones primitiva y medieval a la cruz y la pasión.
·        La gloria de la cruz. 
El gran pontífice y padre de la Iglesia san León nos ha dejado en sus sermones cantidad de pensamientos hermosos e impresionantes sobre la pasión y la cruz del Señor que pueden ayudarnos en nuestra meditación del viernes santo.
Dice en su sermón 55 que "la pasión de Cristo contiene el misterio de nuestra salvación", que es para nosotros "el escalón para la gloria" y que simboliza "el verdadero altar de la profecía".
El martes de la quinta semana de cuaresma, en el oficio de lecturas 5, tenemos uno de sus mejores sermones sobre la pasión. En él menciona "la gloria de la cruz que irradia por cielo y tierra":
¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella podemos admirar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado.
La cruz es "la fuente de toda bendición, la causa de todas las gracias".
En un sermón que predicó el domingo de ramos, llegó a hablar de la "fiesta de la pasión del Señor" (festivitas Dominicae passionis). Esto nos puede parecer una contradicción de términos, pero no lo es si consideramos la obra de la redención como un todo único, tal como lo hacían los padres de la Iglesia. Si se mira con los ojos de la fe y se contempla a la luz de la victoria pascual de Cristo, la cruz es, en realidad, "el trofeo de su triunfo" y "el signo adorable de la salvación". Por la misma razón, la alegría de la pascua no borra la memoria de la pasión y el Calvario; de hecho, en la época del papa san León la lectura del evangelio del día de pascua incluía el relato de la pasión junto con el de la resurrección del Señor 6.
·        El rito de comunión. 
El altar está ahora cubierto por el mantel, y sobre él se han colocado el corporal y el libro. Se trae al altar el copón con las hostias consagradas en la misa vespertina del jueves. Dos ministros con velas encendidas acompañan al sacerdote o diácono y colocan las velas sobre el altar o próximas a él.
Se dicen las oraciones acostumbradas antes de la comunión: el Padrenuestro con su embolismo y aclamación y la oración privada de preparación del sacerdote. Luego se muestra la hostia, diciendo: "Este es el cordero de Dios", y la respuesta: "Señor, no soy digno".
La significación especial de la comunión en estos días podemos captarla citando a san Pablo, que alude a una profunda y misteriosa relación entre la comunión sacramental y la pasión y muerte de Cristo. En sus enseñanzas sobre la cena del Señor recuerda a los corintios: "Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1 Cor 11,26).
Pero la eucaristía no es solamente una proclamación; es también una participación en la muerte de Cristo, es decir, con Cristo en su estado de víctima sacrificial. Recibir su cuerpo y su sangre es entrar en su disposición de total entrega de sí mismo al Padre; es ser atraído al mismo movimiento de sacrificio amoroso. Esto es lo que significa participación en su nivel más profundo, y el papa san León nos lo explica maravillosamente en el siguiente pasaje:
Lo que ocurre cuando participamos del cuerpo y la sangre de Cristo es que nos convertimos en lo que recibimos (ut in id quod sumimus transeamus), y en cuerpo y espíritu llevamos por todas partes a aquel en el cual y con el cual morimos, fuimos sepultados y volvimos a resucitar.
Por tanto, nuestra comunión del viernes santo proclama y da testimonio de la pasión y muerte del Señor, nos capacita para participar al nivel más profundo en el sacrificio de Cristo y para asociarnos con él; además, nos hace partícipes de los frutos de este sacrificio.
Cuando todos han comulgado, se guarda silencio durante algunos minutos para poder meditar en el sacramento que se acaba de recibir. Así damos gracias al Señor, que en este sacramento nos ha dejado un memorial maravilloso de su pasión y muerte y una prenda de la gloria futura.
La liturgia concluye con la oración después de la comunión, seguida por otra de bendición. La primera se refiere al poder curativo y transformante del sacramento, y pide un espíritu de servicio generoso para los que han tomado parte en la celebración. Entre las bendiciones que se invocan sobre la asamblea tiene especial importancia la de una fe más fuerte. La fe es el fundamento de todas las virtudes.
La liturgia del viernes santo termina así, sin despedida ni canto final. El pueblo se retira en silencio. Algunos se quedan para continuar su oración personal y sus devociones. Los que no hayan tenido oportunidad de besar la cruz pueden hacerlo en este momento. Otros preferirán hacer el vía crucis.
El altar queda desnudo, el sagrario vacío, el presbiterio sin flores ni ornamentos de ninguna clase. Es el día en que la iglesia presenta un aspecto extremadamente austero. Nada distrae nuestra atención del altar y la cruz. La Iglesia permanece vigilante junto a la cruz del Señor.

domingo, 26 de febrero de 2012

ф☥ф TIEMPO DE CUARESMA ф☥ф


-CAMBIA EL AMBIENTE: EMPIEZA EL CAMINO CUARESMAL DE LA PASCUA
Todo debe apuntar hoy al inicio de la Cuaresma como camino hacia la Pascua. Los varios elementos clásicos en esta ambientación -que trataremos de nuevo el domingo próximo- deben estar ya presentes desde hoy: el color morado, la ausencia de las flores y del aleluya, el repertorio propio de cantos...
Al comienzo de la celebración se omite el acto penitencial: se reza o canta, por tanto, el Señor ten piedad, sin intenciones.
Y cosas que si siempre son importantes, lo son más todavía cuando se inicia un tiempo con significado más intenso: proclamar de un modo más expresivo y cuidado las lecturas del día, cantar el salmo responsorial, al menos su antífona entre las varias estrofas, y hacer una breve homilía, ayudando a entrar en el clima de la Cuaresma. La Plegaria puede ser una de las de Reconciliación.

-LA CENIZA, UN GESTO QUE PUEDE SER EXPRESIVO
El gesto simbólico propio de este día es uno de los que ha calado en la comunidad cristiana, y puede resultar muy pedagógico si se hace con autenticidad, sin precipitación; con sobriedad, pero expresivamente. Como ya ha resonado y se ha comentado la Palabra de Dios, la imposición de la ceniza comunica con facilidad su mensaje de humildad y de conversión.
El sacerdote se impone primero él mismo la ceniza en la cabeza -o se la impone el diácono u otro concelebrante, si lo hay- porque también él, hombre débil, necesita convertirse a la Pascua del Señor. Luego la impone sobre la cabeza de los fieles, tal vez en forma de una pequeña señal de la cruz. Si parece más fácil, se podría imponer en la frente, por ejemplo a las religiosas con velo. Es bueno que vaya diciendo en voz clara las dos fórmulas alternativamente, de modo que cada fiel oiga la que se le dice a él y también la del anterior o la del siguiente.
Si no va a resultar complicado, se podría introducir una manera nueva de realizar el gesto.
Una fórmula apunta a la conversión al Evangelio: «Convertíos y creed el Evangelio» (que parecería más propio que se dijera en singular, como la otra es más interpelante). Mientras que la otra alude a nuestra caducidad humana: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». Ahora bien, parece que sería más educador acompañar estas palabras con dos gestos complementarios: el sacerdote impone la ceniza a cada fiel, diciendo la fórmula de la ceniza y el polvo, y a continuación el fiel pasa a otro ministro que está al lado y que le ofrece el evangelio a besar, mientras pronuncia sobre él la fórmula que habla del evangelio. No creo que complique mucho el rito, y podría resultar más expresivo de la doble dimensión de la Cuaresma. Ya se ha experimentado con éxito en algunas comunidades, tanto parroquiales como más homogéneas y reducidas.

-LA CONVERSIÓN Y SUS OBRAS
Las tres lecturas de hoy expresan con claridad el programa de conversión que Dios quiere de nosotros en la Cuaresma: convertíos y creed el Evangelio; convertíos a mí de todo corazón; misericordia, Señor, porque hemos pecado; dejaos reconciliar con Dios; Dios es compasivo y misericordioso...
Cada uno de nosotros, y la comunidad, y la sociedad entera, necesita oír esta llamada urgente al cambio pascual, porque todos somos débiles y pecadores, y porque sin darnos cuenta vamos siendo vencidos por la dejadez y los criterios de este mundo, que no son precisamente los de Cristo.
Es bueno que en la homilía se haga notar la triple dirección de esta conversión que apunta el evangelio:
a) la apertura a los demás: con la obra clásica cuaresmal de la limosna, que es ante todo caridad, comprensión, amabilidad, perdón, aunque también limosna a los más necesitados de cerca o de lejos,
b) la apertura a Dios, que es escucha de la Palabra, oración personal y familiar, participación más activa y frecuente en la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación,
c) y el ayuno, que es autocontrol, búsqueda de un equilibrio en nuestra escala de valores, renuncia a cosas superfluas, sobre todo si su fruto redunda en ayuda a los más necesitados.
Las tres direcciones, que son como el resumen de la vida y la enseñanza de Cristo, nos ayudan a reorientar nuestra vida en clave pascual.
J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993, nº 3

martes, 21 de febrero de 2012

♪♫♪ ☆˚ ¯ `•. ¸ ¸.☆.¸*╰ ☆ ╮♪♫♪ El Carnaval ♪♫♪ ╮☆*╰¸¸.• ` ¯˚☆♪♫♪


EL  CARNAVAL

El Carnaval es una fiesta movible entre los meses de febrero y marzo. El nombre de la palabra viene del latín carnen levare, que significa «quitar la carne», es por eso que se dice que las fiestas carnestolendas son las fiestas de la carne. Esta celebración es de origen muy antiguo; mucho antes de la era cristiana existe referencia de su celebración en las diferentes culturas europeas.
En Roma se celebraba con el nombre de saturnalia y estaba relacionada con el comienzo de la primavera. Con la instauración del cristianismo en Europa y la imposición de la cuaresma, período que comienza a contarse a partir del Miércoles de Ceniza, la festividad del Carnaval se colocó en los tres días anteriores a esta fecha en los que el pueblo se entregaba a todos los placeres que debía renunciar al iniciarse la cuaresma.
Para la edad media, estas festividades habían alcanzado gran popularidad en Francia, Alemania, España y sobre todo Italia, como el Carnaval de Venecia, que ha mantenido su fama desde la Edad Media hasta nuestros días.
En la actualidad, en Europa son famosos los carnavales de Venecia; Niza, en Francia; Baviera, en Alemania y los de Santa Cruz de Tenerife en las Islas Canarias. En América tienen gran renombre los de Nueva Orleans- Estados Unidos; los de Río de Janeiro- Brasil y los de Aruba- Antillas Holandesas.
En Venezuela la tradición llegó junto con la conquista y se practicaba la costumbre de jugar con agua y todo tipo de sustancias como huevos, azulillo, etc. Con la llegada del Obispo Diez Madroñero a Caracas, en el siglo XVIII, los carnavales se convirtieron en tres días de rezos, rosarios y procesiones, por considerar el Obispo que eran fiestas pecaminosas.
Al arribar el Intendente José Abalos, volvió nuevamente el carnaval a Caracas, aunque de forma más refinada, celebrándose con comparsas, carrozas, arroz y confites, dejándole a los esclavos y a la plebe los juegos con agua y sustancias nocivas.
Así llegó al siglo XX la tradición en Venezuela con carrozas, disfraces, bailes populares y en salones refinados. A mediados de los años cincuenta y hasta finales de los sesenta, apareció un nuevo elemento: las famosas «negritas», quienes escondían la identidad en el disfraz para disfrutar sin complejos de la festividad.
En la actualidad, casi está a punto de desaparecer esta tradición, sobre todo en la capital, pues no es de obligación el asueto, y los que no trabajan salen fuera de la ciudad. Son famosos en Venezuela los Carnavales de El Callao, en el Estado Bolívar, donde la inmigración antillana agregó al Calipso elementos como el cuatro y maracas, y al compás del Ambakaila de la Negra Isidora (ya fallecida) han mantenido la tradición.


domingo, 25 de diciembre de 2011

¿De dónde viene la Navidad?

¿De dónde viene la Navidad?

Mientras que el árbol y Santa Claus provienen de tierras lejanas, América Latina les dio sabor y color a las celebraciones navideñas del mundo.
¿Cuándo se coló San Nicolás por las chimeneas latinoamericanas y le pusimos un árbol bajo el cual poner regalos? ¿Y cómo fue que un pavo voló hasta una mesa navideña en París?
La Navidad, palabra derivada del latín nativitaso nacimiento, es una de las principales fiestas cristianas que marca el nacimiento de Jesús de Nazareth.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo nació Jesucristo pero se cree que en la Edad Media los líderes de la Iglesia cristiana, inspirados en los evangelios de San Mateo y San Lucas, fijaron la fecha con el fin de sus fieles se alejaran de las celebraciones paganas, en este caso, vinculadas al solsticio de invierno.

La primera Navidad
Documentos históricos señalan que la primera Navidad celebrada en América Latina tuvo lugar el 25 de diciembre de 1492.
La celebración se realizó en "La Hispaniola", la isla que actualmente conforman Haití y República Dominicana, poco después de que los europeos descubrieran que existía América.
De acuerdo con la historia, Cristóbal Colón realizaba un reconocimiento del área cuando la carabela "Santa María" registró problemas.
Ante este obstáculo y con la ayuda de indígenas, se puso a salvo la carga que traían los conquistadores y con la madera de la carabela se procedió a construir un fortín. Allí se quedaron 39 hombres, parte de la tripulación, según relata la autora Virigina Nylander Ebinger en el libro "Aguinaldos, costumbres navideñas, música y comida de los países de habla hispana en América".
El fuerte se terminó de construir el 25 de diciembre y en consecuencia Colón lo llamó "La Navidad", día en el que los españoles celebraron esta fecha religiosa por vez primera en suelo americano.
La profesora de Filología Hispánica de la Universidad de Alicante Beatriz Aracil señala que la primera navidad propiamente americana de la que se tiene registro fue en 1526. Fray Pedro de Gante le escribió al Rey Carlos V sobre esta celebración con los indígenas en México, territorio que entonces se conocía como la Nueva España.
El misionero franciscano -tras dedicar buen tiempo a aprender y asimilar la lengua (Nahuatl)y las costumbres indígenas- le describe al monarca cómo introduce la Navidad dentro del proceso de evangelización. Así, detalla cómo había transformado las costumbres indígenas en ritos cristianos.
Fray Pedro de Gante le escribe a Carlos V y le cuenta que mantuvo la música de los cantos indígenas pero les cambió la letra y describe cómo compuso versos solemnes en honor a Dios.
Además, las mantas que llevaban los indígenas mexicanos las pintó con temas alusivos a la Navidad e incorporó a los más pequeños: disfrazó a los niños indígenas de ángeles para que cantaran en Nochebuena villancicos, señala Aracil.

Árbol de Navidad
La tradición del árbol de Navidad tiene raíces germánicas pero son diversos los orígenes que se le atribuyen.
Algunos historiadores ubican bases iniciales del árbol de Navidad entre los años 680 y el 754, cuando San Bonifacio -quien daba un sermón a druidas- cortó un árbol que simbolizaba el denominado árbol del Universo, sagrado por los paganos, y en su lugar plantó un abeto que adornó con manzanas y velas como símbolo del amor de Dios.
Entre las diferentes versiones, otros apuntan a que fue en el siglo XVI cuando los cristianos en Alemania comenzaron a decorar árboles con luces en sus casas y que el reformador Martín Lutero fue el primero en poner en su hogar un árbol de Navidad.
El árbol de Navidad -como lo conocemos en la actualidad- llegó primero a Finlandia a principios del siglo XIX. En Inglaterra en la década de 1840, el castillo de Windsor exhibió el primer árbol navideño.
En Estados Unidos, ilustraciones del árbol y la familia real británica fueron adaptadas.
Se le eliminó la corona a la reina y el bigote al príncipe Alberto para que la escena luciera como una familia estadounidense reunida alrededor del árbol de Navidad. Esa ilustración es considerada la primera imagen influyente de un árbol de Navidad en Estados Unidos. Registros apuntan a que en 1870 se inició esta costumbre en España.
Algunos historiadores señalan que en 1864, Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota llegaron a la ciudad de México para tomar posesión del recién formado Imperio Mexicano. Los emperadores austriacos trajeron la tradición a México pero tras el fusilamiento del monarca esta costumbre fue abandonada y retomada posteriormente.
Tras su popularización en Europa y Estados Unidos, el árbol pasó a ser utilizado en América Latina. La profesora Aracil señala que tanto el árbol de Navidad como San Nicolás son elementos relativamente recientes que surgieron a mediados del siglo XIX y que se han arraigado con más fuerza en los países en donde no existen o no han prevalecido tradiciones más antiguas.

San Nicolás, Santa Claus o Papá Noel
Se trata de un personaje legendario que en Occidente le trae regalos a los niños en Navidad. San Nicolás, el Viejito Pascuero, Santa Claus o Papá Noel, vive en el Polo Norte y viaja en un trineo.
Sin embargo, San Nicolás necesita de varios renos voladores mágicos que empujan el trineo y que permitirían repartir los regalos en la noche que va del 24 de diciembre al 25 de diciembre.
Aunque es una leyenda muy antigua, que se vincula a la mitología escandinava y a dioses como Odin, Thor y Saturno, e incluso algunos ubican sus orígenes en Asia, se señala que la figura estaría inspirada en un obispo cristiano, San Nicolás de Myra, que vivió en el siglo IV en Anatolia -territorio que hoy es Turquía- y cuyas reliquias se conservarían en Bari, Italia.
Se cuenta que el obispo era muy bondadoso y la historia más popular señala que ayudó a tres doncellas pobres, que no tenían dote para casarse y que estaban a punto de ser vendidas por su padre en desesperación. Ante el infortunio de esa familia, durante la noche el obispo tiró por la ventana tres bolsas de oro que las salvó de ser vendidas.
Fue en el siglo XVII cuando la imagen de Santa Claus llegó a Estados Unidos procedente Holanda,-país en el que se venera a Sinterklaas o San Nicolás, un personaje que trae regalos a los niños el 5 de diciembre.
Los medios de comunicación han tenido un papel muy importante en promover este personaje. Santa Claus tal y como lo conocemos hoy -regordete y vestido de rojo- fue producto de una ilustración realizada en 1870 por el dibujante alemán-estadounidense Thomas Nast sobre la base de un poema de Clement Moore.
Curiosamente, en 1902, Nast fue nombrado cónsul general de Estados Unidos en Ecuador bajo el gobierno de Theodore Roosevelt y murió en ese país latinoamericano producto de la fiebre amarilla.
Santa Claus ha sido utilizado ampliamente como herramienta comercial. En particular la empresa Coca Cola utilizó su imagen por primera vez en anuncios publicitarios destinados a promocionar la bebida carbonatada a partir de 1930 y esos anuncios también fueron llegando adaptados a la región.
Aunque la figura de San Nicolás ha sido difundida en América Latina, en algunos países de la región los regalos corren principalmente por cuenta del Niño Jesús como en los casos de Colombia, Venezuela y partes de México, mientras que los Reyes Magos reparten presentes en países como Puerto Rico y España.

El Pesebre, Belén o Nacimiento
El origen del belén, nacimiento o pesebre, como se le denomina a la escena del nacimiento de Jesús, presenta bastantes problemas, señala el historiador y antropólogo Luis Pérez Armiño.
Y es que entre los historiadores no hay acuerdo en torno a la fecha de origen exacto de esta costumbre de raíces itálicas. Sin embargo, Pérez indicó que las fuentes más fiables dicen que surgió entre el siglo XIV y XV y que tuvo que ver con una serie de representaciones teatrales que se iniciaron en la Edad Media.
Posteriormente estas representaciones que se hacían en las iglesias se fueron sustituyendo por imágenes estáticas.
De acuerdo con Pérez Armiño, el pesebre llegó a América de la mano de los conquistadores españoles, quienes acompañados de misioneros utilizaban la imagen del misterio que resultaba "muy ilustrativa para el proceso de evangelización".
Las imágenes eran un recurso valioso para propagar la fe. "En principio, estas imágenes se hacían en España y se llevaban a América. No es sino hasta el siglo XVIII cuando surge el belén típicamente americano", afirma.
"La iglesia ponía mucho énfasis en la ortodoxia, que se siguieran fielmente los postulados católicos. Sin embargo, en América existen religiones indígenas muy arraigadas y, por ejemplo, es muy normal en los belenes de Bolivia que el niño en vez de nacer en un pesebre lo haga en la puerta del Sol de Tiahuanaco, en el Lago Titicaca", expresa Pérez Armiño.
En cuanto a la imagen del nacimiento, el historiador señala que en principio se representaba sólo a la Virgen, a San José y al Niño.
Posteriormente se añadieron los pastores y los Reyes Magos, hasta llegar a las escenas de mercado y de posadas que surgen entre el siglo XVIII y XIX.
Es precisamente en el siglo XVIII cuando el pesebre alcanza su auge derivado de la tradición de Nápoles, pues es allá donde el belén se convierte en un verdadero arte, pues los mejores escultores del momento participan en su elaboración.

El Pavo
Y si muchas costumbres europeas han pasado a formar parte de nuestras tradiciones, nuestro aporte a la Navidad fue el sabor. La profesora Aracil señala que la gastronomía indígena de América se ha mantenido aunque en cada país existen variaciones.
Los guajalotes o pavos son originales de México y su forma de prepararlo tiene raíces aztecas.
Según Heriberto García Rivas en el libro "Cocina prehispánica mexicana", a la llegada de los españoles el guajalote no era un ave silvestre, ya era criada en patios.
Algunos historiadores señalan que a principios del siglo XVI un grupo de jesuitas españoles, que vinieron con los conquistadores, lo llevaron de América a Europa y le llamaban gallina de las Indias.
García Rivas indica que después de España, Francia fue el segundo país europeo que adoptó el pavo pues el rey Luis XIV lo tenía como uno de sus platos favoritos. El autor afirma que el pavo se puso en boga en la época de ese rey francés y durante la guerra de independencia de Estados Unidos, "pues todo lo que venía de América estaba de moda en el mundo".
Así, los nobles y la monarquía de la época consideraban al exótico plato una exquisitez y de allí se fue popularizando entre los europeos que sustituyeron el cordero por el pavo.

Poinsettia o Nochebuena
Esta planta originaria de México y Centroamérica, y cuyo nombre científico es Euphorbia pulcherrima,se ha popularizado desde el siglo XIX no sólo en nuestra región sino también en Estados Unidos y Europa como símbolo de la Navidad.
La planta recibe muchos nombres diferentes a lo largo de América Latina.
Se trata de un arbusto de hojas verdes y triangulares que se ponen rojas en el invierno y actualmente es una de las plantas más vendidas en la época navideña.
Antes de los conquistadores, los aztecas la llamaban "Cuetlaxochitl" y la usaban para teñir vestidos y para curar fiebres, el arbusto también era utilizado en ceremonias religiosas pues los indígenas consideraban que el color rojo era símbolo de pureza.
A pesar de que se trata de una planta mexicana, fue el embajador de EE.UU. en México, Juel Roberts Poinsett, quien a partir de 1825 se encargó de hacer famoso el arbusto y de allí que en muchas partes se le conozca como Poinsettia.
Así que no sólo fue el sabor sino también el color, lo que América le dio al mundo para celebrar la Navidad.